EXTRAÑOS CORTOS RELATOS

El blog recopilatorio de las idas de pinza de Mortfan1

14 oct 2009

El maltrato más peligroso es el que no se ve

Este texto no es mío. Lo ha escrito una forera aquí y cuando lo he leído he visto todos mis miedos respecto al parto reflejados en él. Por esto, quería compartirlo con tod@s, especialmente con las mujeres. Si todas nos hiciésemos valer, estas cosas no sucederían y aún mucho menos serían vistas como normales.


Érase una vez un país en el que las mujeres hechas y derechas dejaban de serlo aproximadamente en la semana 2 de su primera gestación. Ya nunca volvían a ser ciudadanas de primera categoría. A partir de este momento se sucederían todo tipo de reproches hacia su persona; curiosamente por los ginecólogos y matronas que las atendían en las consultas llamadas de salud del embarazo. Se las trataba bruscamente y sin educación, regañándolas por haber comido demasiado o demasiado poco, por hacer mucho ejercicio o no guardar bastante reposo, agobiándolas con predicciones apocalípticas de placentas demasiado bajas, líquidos insuficientes o excesivos, niños que engordaban a un ritmo frenético o no engordaban en absoluto, y todo aquello siempre era culpa de la gestante. Así que las futuras madres, deseosas de que sus hijos estuvieran a salvo, tragaban con todas estas reglas, con los ataques personales, y no reclamaban cuando el ginecólogo apuntaba la altura uterina, el peso o la tensión sin siquiera levantar la mirada y menos sus sagradas posaderas del sillón despidiéndolas con un “a ver si para la próxima visita no engordas tanto”.

Pero lo peor era que aquellos no eran casos aislados, era lo normal y toda la sociedad lo percibía como correcto. Todo esto tenía una razón, y es que así llegarían totalmente infantilizadas y faltas de sentido crítico al final del embarazo, acatando sin rechistar cualquier disposición médica, aunque fuera claramente en contra de su salud y la de su bebé.

Para el parto ya estaban completamente ganadas para la causa, convencidas de que la inducción el lunes por la mañana (aunque le quitaran varias semanas de gestación a su hijo y luego ingresaría en neonatología para suplir los días que faltaban en su desarrollo) era lo más conveniente para ellas (y para el hospital), de que los dolores provocados por la oxitocina artificial eran el merecido castigo por no dilatar (pues aun no era el momento para que naciera su hijo), de que obligatoriamente se les tenía que subir encima una matrona de 100 kilos, ya que ellas no sabían empujar (¿y cómo podrían hacerlo?, si estaban tumbadas boca arriba, desprovistas de la fuerza de la gravedad) y de que la episiotomía era imprescindible para que saliera su hijo (en el brevísimo plazo que establecía el protocolo del hospital, no fuera que el paritorio se ocupara demasiado rato y atendieran menos partos al mes).

Hace relativamente pocos años se dispuso un caramelito para distraer a las féminas y de paso, ganarse su confianza. Esto se llamó inocentemente epidural, y tenía doble ventaja, porque las propias mujeres hicieron la mejor publicidad, ensalzando sus supuestas virtudes y sin publicitar los contras (como hacen todos los grupos sometidos cuando se les brinda un poco de atención) y además permitía realizar todas las prácticas habituales impunemente, porque la parturienta no debía sentir nada.

Y como no sentían nada, se les podía romper la bolsa sin preguntar (para recoger el líquido cuando viniera mejor a los turnos), suministrar oxitocina artificial diciéndoles que era suero, prohibir moverse de la camilla (para que no tuviera que acudir una matrona a recolocar los registros), aislarlas del acompañante (para que no hubiera testigos de su iatrogenia), manipular las zonas más íntimas de su cuerpo con brusquedad (porque el equipo tenía prisa en acabar), sostener a su niño lejos de ellas (porque ellas no sabían cogerlo adecuadamente). Vamos, se permitía casi cualquier cosa. Pues todo esto dolía (sobre todo a posteriori) y provocaba muchos problemas físicos y psíquicos (la famosa depresión postparto, que también era culpa de la mujer, no de la desatención de los obstetras y matronas, por supuesto).

Y sí, efectivamente, este país es España. Cada día se producen más de 1300 nuevos casos de violencia contra las mujeres, concretamente contra las que se encuentran de parto.

Hace mucho que se sabe que la mejor manera de controlar a un grupo de población es doblegarlo en aquellos momentos en que más indefenso está.

Cada vez que se le dice a una puérpera “pero ¿de qué te quejas?, si tienes un niño precioso” o “hija, ¿qué te pensabas que era tener hijos?” o bien “no llores por los puntos en tu vientre (o en tu periné), que se los dan a todas” estamos perpetuando el maltrato, estamos normalizando una situación de sumisión y eliminando cualquier posibilidad de objeción.

Pensemos en ello cuando nos llevemos las manos a la cabeza ante los casos de ablación genital de países del 3er mundo. Quizá no estemos tan lejos como creamos de esas culturas.


Por favor, no nos equivoquemos. La OMS desaconseja todas estas prácticas y numerosos estudios científicos avalan la no-utilización de ninguna de estas cosas por rutina. La episiotomía(cortar a la mujer para que salga la cabeza del niño), por ejemplo, no está aconsejada en más de, como máximo, un 10% de los casos. En España se hace a un 90% de las mujeres que tienen su primer hijo. Esto no es una "locura" ni "declaraciones de gente enferma" como dice el impresentable del dr. Estivill. Son declaraciones apoyadas en estudios científicos y en cuestiones claramente demostradas desde hace más de 25 años.

9 oct 2009

Gemelos: el inicio de una tradición

Fabio estaba encantado con sus hijos adoptivos.
Se maravillaba de cómo Marcus podía levantar toda la tierra del campo y hacer surcos tan rectos como milimetrados en apenas unos minutos y hectáreas eran sembradas en sólo una mañana.
Su asombro aún crecía cuando veía a Marius razonar con las ovejas hasta convencerlas de que no perdieran unas la pista de otras.
Había encontrado aquellos gemelos abandonados en el bosque aún recién nacidos y mil veces había dado gracias a los dioses por el descubrimiento, pues habían paliado su soledad siendo los hijos que nunca había tenido a la vez que hacían su granja la más fecunda de la zona.
El pueblo sufría bajo los abusos del tirano que ostentaba el poder. Los desconsolados campesinos veían temporada tras temporada cómo el ejército real se llevaba sus cosechas y los sumía en el hambre y la desesperación. Un buen día, un grupo de soldados del rey acudieron a la granja de Fabio por segunda vez en un mes.
- ¿Qué es lo que deseáis, buenos señores?- preguntó el granjero, saliéndoles al paso.
- Venimos a buscar el diezmo- graznó un soldado de aspecto adusto.
- Pero señores- imploró Fabio al tiempo que Marcus salía de la casa, con la tez seria y se ponía a su lado- Ya lo entregamos. Si nos quitan el resto, moriremos de hambre.
El soldado rió y, haciendo una seña a sus compañeros, se dispuso a tomar aquello que habían venido a buscar. Mas la sonrisa se heló en su rostro en cuanto Marcus tomó su brazo y apretó con fuerza, rompiendo todos sus dedos. Gimió desesperado mirando al joven granjero con ojos vidriosos. Marcus soltó al soldado al tiempo que otros lo atacaban, pero fue en vano. Uno a uno fueron cayendo bajo los poderosos puños de fuerza inhumana. Intentar moverlo era como intentar deslizar una montaña y se oían los huesos crujir al golpearle los atacantes.
Cuando los restantes soldados se recuperaron de la sorpresa y se dispusieron a atacarlo con armas punzantes, un aullido escalofriante recorrió el horizonte. Los hombres, aterrorizados, volvieron la vista a la colina y más de uno huyó al ver lo que se presentaba ante ellos. Un hombre exactamente igual al que estaba destruyendo sus fuerzas se encontraba en lo alto de la loma, acompañado de un rebaño ovino mezclado con lobos feroces que gruñían y enseñaban los dientes. Hasta las ovejas parecían peligrosas bajo el aura de aquel demonio. Con un último grito se lanzó contra los que aún permanecían allí, paralizados por el miedo, junto a su ejército animal. Los herbívoros llevaban a los hombres hasta las fauces de los lobos o confundían los movimientos de los soldados para que sus compinches carnívoros remataran el trabajo. Marius golpeaba a la velocidad del rayo y Marcus con la fuerza de la tierra. Sus aliados animales persiguieron a los fugados dando buena cuenta de sus presas.
Todos los soldados ante ellos murieron aquel día.
No contentos con esto, pues bien sabían que volverían y en mayor número, los hermanos, concluyeron que lo mejor era perseguirlos y terminar de una vez por todas con el maldito régimen.
Así, se pusieron en camino dotados de luz propia. Uno capaz de destrozar regimientos enteros con sus manos desnudas, el otro ejerciendo su control sobre cada animal viviente. El padre de éstos, viendo lo que los muchachos podían hacer, llamaba de puerta en puerta para que todos sus vecinos fueran testigos de lo que iban a vivir y los campesinos, hartos hasta el hastío de la expoliación gubernamental, los seguían armados de horcas, hoces y demás aperos, prestos para entrar en batalla junto a estos súper hombres.
El rey, de gran envergadura y ataviado con broncínea armadura, esperaba al grupo rebelde en el bosquecillo que rodeaba el pueblo.
- Veo que ya habéis llegado- dijo sonriendo- ¿Sorprendido?- preguntó al ver la expresión de Marcus- Suerte que tenemos soldados cobardes que se esconden a esperar la rapiña de sus compañeros ¿verdad? Así pueden avisarnos...
- Se nos escapó un gusano- dijo Marcus con voz seria.
- Efectivamente. No te preocupes- rió - lo castigamos, por supuesto.
- Lo suponía. Ninguno tenéis honor.
- Pero tengo esto- dijo con una sonrisa amplia, al tiempo que señalaba tras de sí y diez guerreros férreos salían de sus escondrijos- También tengo mil soldados esperando mis órdenes en el valle... pero no creo que sean necesarios- y tras terminar su discurso dio la orden de atacar.
Ambos hermanos unieron sus fuerzas. Marcus golpeaba con la fuerza de un huracán y Marius con ardor animal. Por un momento, uno de sus contrincantes creyó ver afilados colmillos adornando su sonrisa y esto lo aterrorizó de tal modo que erró en su ataque, dándole al gemelo la oportunidad que esperaba.
En menos tiempo de lo que se tarda en contarlo, los jefes guerreros estaban muertos y los hermanos, cubiertos en sangre, miraban con ojos enloquecidos al rey.
- No es posible- balbuceaba éste atemorizado.
- Es tu hora- gruñó Marius antes de que un aura terrorífica rodeara su cuerpo, dándole verdadero aspecto de bestia.
Aunque intentó escapar, fue en vano.
Consiguió exhalar un grito antes de que Marius lo alcanzara y hundiera los afilados colmillos en su real cuello.
Marcus bramó y se lanzó contra los soldados que ya corrían loma arriba para socorrer a su rey. Todos y cada uno de los campesinos lo imitaron formándose una cruenta batalla. Pocos se atrevieron a enfrentarse a él tras ver cómo los primeros que lo habían atacado caían en grupos a un solo golpe de su brazo. Y la imagen de cientos de campesinos enloquecidos por la sangre y la supuesta invulnerabilidad de su comandante no era más halagüeña.
Muchos murieron aquel día.
Marcus se acercó, sudoroso y con una sonrisa temible, a Marius y se agachó junto al cuerpo tendido del rey.
- ¿No lo has matado?- espetó.
- No- fue la escueta respuesta.
Se apartó para que su hermano pudiera comprobarlo y se puso en pie. Con estupor vio cómo Marcus agarraba al inconsciente rey como si fuera un pelele y lo acercaba a su rostro.
- ¿No lo has matado?- repitió- Yo haré el trabajo por ti- con una risa demente estrelló la cabeza del rey contra el suelo y se bañó con su sangre.
- Pero ¿qué has hecho?- preguntó mirando aterrorizado el cadáver.
- ¿Acaso pensabas que íbamos a dejarlo ir tan tranquilamente?
- ¡Estaba indefenso!- el estupor de Marius había sido sustituido por una ira sin límites- ¿Es que no tienes honor?
- No sabía que tenías tantos escrúpulos- rió con fuerza- Mira a tu alrededor, hermano, ¡somos dioses! No tenía idea de que teníamos tanto poder pero ¿te imaginas lo que podríamos hacer?
- ¿Estás loco? Nos metimos en esta lucha para ayudar a los ciudadanos ¡no por ansia de poder!
- Si eso es lo que piensas- dijo Marcus encogiéndose de hombros- El mundo no necesita dos héroes.
- ¿Quieres...?- Marius se apartó de su hermano poco a poco- ¡No pienso luchar contigo!
- Tú o yo, hermano- dijo Marcus. Atacó a su hermano con increíble velocidad y fuerza, pero éste fue más rápido y esquivó su embite.
- Tú, Marcus- lo miró con increíble dolor- No pienso luchar contigo- repitió- pero si tu poder- escupió la palabra con temible desprecio- causa daños al pueblo...
- ¿Me vas a detener tú?- rió Marcus con fuerza.
Sin mediar más palabra, Marius se alejó dos pasos más de él y, alzando su cabeza al cielo, aulló de modo espeluznante. A lo lejos se oyó otro aullido de respuesta. Y otro. Y otro más. Todo el bosque pareció cobrar vida entonces, conformando los diferentes gritos de animales un canto macabro que heló la presencia de todos los presentes. Un temible bramido bestial y el joven se desdibujó ante los ojos atónitos de los campesinos apareciendo en su lugar la forma de un azor. Con un último brillo en sus ojos de ave, alzó el vuelo, perdiéndose en la espesura del bosque. Marcus lo observó apenas un instante y luego se volvió a los que lo rodeaban.
- Traed a todos los habitantes del pueblo que hayan sufrido a manos del antiguo déspota. Encerrad a los partidarios del antiguo rey en sus casas. Después prended fuego al pueblo- ordenó.
- Marcus ¿qué has hecho?¿qué piensas hacer?- gimió Fabio.
- Voy a levantar una nueva ciudad aquí mismo- señaló al valle- y seré el primer rey de una saga de grandes líderes- la locura brilló de nuevo en sus ojos.
- Al menos sabemos que Marius vigilará- murmuró Fabio para sí con la angustia grabada en el rostro- Sí, Marius velará por nosotros.
Desde el bosque, unos penetrantes ojos de azor observaban la escena.

1 oct 2009

¿Sueños?

Corre. Corre. Tienes que correr más. Tus pies pesan como cemento y tu cuerpo no responde a tu anhelo de velocidad. Miras hacia atrás y lo notas. Sabes que está ahí, persiguiéndote. Puedes oír cómo esa criatura jadea a tu espalda, cómo su aliento cálido baña tu nuca y tu reacción es instantánea. Gritas y gritas cada vez más fuerte pero ni un sonido sale de tu boca. Haces un último esfuerzo e intentas correr más rápido, escapar al horror. Como toda respuesta obtienes una ralentización de tu marcha aunque, por alguna razón, el ser ya no está ahí sino que te desplazas en soledad formando parte de la oscuridad opresiva. Al fondo ves una luz, la materialización quizá de un deseo oculto. Parece que tu cuerpo comienza a responder y tus pies aceleran apenas un suspiro. Alargas la mano, una lágrima de alivio escapa a tu control y se desliza por tu mejilla sin llegar a caer, tus dedos rozan la luz...

Abres los ojos y miras a tu alrededor. Estás en una habitación luminosa, totalmente pintada de color blanco, como blancas son las sábanas, los muebles y la ropa que cubre tu desnudez. Con extrañeza tocas una pared y las yemas de tus dedos perciben el frío suave que impregna el ambiente. Esta sensación corre desde tu mano, a lo largo del brazo, hasta tu cabeza donde invade tu cerebro y, por tanto, el resto de tu cuerpo. Ves cómo el vaho sale de tu boca y forma una nubecilla frente a tu rostro, ahora azulado debido al hielo que ha aparecido sobre ti y a tu alrededor. Comienzas a sentir agobio, el silencio penetrante invade tu mente y buscas una salida. Hay una puerta frente a ti y te diriges a ella, no sin aprensión. Antes de rozarla siquiera, se abre por sí misma apenas unos milímetros dejando ver una oscuridad pura que parece pugnar por entrar. Te resistes, pero ves cómo láminas negras saborean los contornos de la puerta. Das un paso atrás con temor, mas una desconocida ola de valor te invade y decides salir al encuentro de aquello que va hacia ti y, llenando tus pulmones una última vez, penetras en la oscuridad...

El viento ululante barre el resto de sonidos que pudieran existir en el páramo desnudo que te rodea. A lo lejos, una enorme figura encapuchada te observa al tiempo que ve todo a su alrededor sin variar su postura. A sus pies, cinco figuras diminutas que se miran unas a otras desconcertadas. Deseas acercarte y, antes de dar un solo paso, ya estás allí. Descubres cinco familiares y amigos que te ven colocarte entre ellos con expresión atemorizada. Les devuelves la mirada del mismo modo y vuelves tus ojos a la enorme figura oscura ante ti. Sabes quién es. Es el Juez. Niegas con la cabeza y te tapas los oídos con fuerza, hasta que notas sangre entre los dedos. El gemido ahogado que comienza tu garganta se convierte en un grito forzado...

Gritando silenciosamente te sientas en la cama. Te invade una sensación de opresión al ver la oscuridad ante ti. Tocas tu cara, tus brazos, tu pecho, tu pelo... sonríes con alivio e incluso una liberadora risa comienza a formarse entre tus labios. Mueves tu mano hacia el interruptor y lo conectas. Aún está oscuro. Te vuelves con asombro y vuelves a accionarlo. Aún está oscuro. La garganta se te cierra y el estómago te da un vuelco. Con ahínco accionas el interruptor una y otra vez pero la luz no se prende y notas cómo la negrura comienza a cerrarse sobre ti. Unos brazos invisibles exploran tu cuerpo, violan tus rincones ocultos. Quieres gritar de nuevo, pero no puedes. Intentas levantarte de la cama, pero tu cuerpo no responde. Una lágrima comienza a caer mientras te debates con fuerza...

Un hormigueo recorre todo tu cuerpo. Una especie de corriente eléctrica invade tu cuerpo y se detiene en el dedo índice de l amano derecha. Lo mueves, la inseguridad te domina. Oyes un pequeño grito de júbilo e intentas abrir los ojos pero, aunque tus párpados se debaten rápidamente, no eres capaz. Más voces invaden tu espacio. No dentro de tu cabeza, sino fuera. A tu lado. Algo te toca. No es angustioso, no es doloroso, no es punzante. Sólo suave. Haces un nuevo esfuerzo, llegando casi al límite de tus fuerzas. Sombras y luces comienzan a formarse ante ti. Ves caras. Una mujer. No, dos mujeres. Un chico joven. Y un hombre mayor con cara seria que sujeta tu muñeca y mira su reloj con concentración.
- Doctor, ¿ya está?¿Se ha despertado?
Una luz inunda tus ojos. Primero uno y luego otro.
- Por favor, les agradecería que salieran. Tenemos que hacerle algunas pruebas.
- Pero ¿se pondrá bien?
El hombre mayor sonríe apenas perceptiblemente. Pone su dedo índice frente a tus ojos y lo mueve de un lado a otro, lentamente. Para tu sorpresa, eres capaz de seguirlo con los ojos sin casi esfuerzo.
- No puedo asegurarlo aún. Pero soy optimista.
Ves cómo los otros tres se abrazan, llorando libremente. Otro chico joven, completamente vestido de blanco, agarra los pies de tu cama y te saca de la habitación. La luz blanca inunda todo y varias personas vestidas igual que el que te lleva pululan a tu alrededor. Unos de verde, otros de azul... Entonces la palabra exacta acude a tu cerebro. Hospital.
- No debes preocuparte. No vamos a hacerte nada malo- dice el enfermero sonriente. Puedes ver con claridad sus dientes blancos, sus colmillos puntiagudos. Oyes una risa malévola...