EXTRAÑOS CORTOS RELATOS

El blog recopilatorio de las idas de pinza de Mortfan1

24 mar 2009

Adiós...

Un nudo ahogaba su garganta, animado por el sentimiento que henchía su alma. Miró a lo lejos, esperando ver la cara amada, el ser que cubría el vacío de su corazón. Pero no podía ver. Estaba completamente a ciegas en la oscuridad del amor prohibido y su única llave a la luz era ese rostro, que se escondía en cruel juego.
Entonces una rendija luminosa se destacó en el horizonte, un rayo de sol que cruzó el mundo con destino a la desdichada criatura que esperaba desesperada, y una sonrisa adornó su rostro, con felicidad inmensa.
Estaba allí. Por fin, destacándose contra el fondo del universo, había llegado. Comenzó a caminar hacia la figura lejana, con un brazo extendido, queriendo rozar su sombra con la punta de sus dedos. Pronto el paso fue sustituído por la carrera veloz, en el ansia de llegar junto a su salvación. Gritó su nombre.
La sombra observó el cuerpo que se acercaba, con expresión desconocida, pero no se movió ni un ápice, lo que detuvo el apresurado acercamiento, sin necesidad de decir una sola palabra o hacer un solo gesto.
Observó con detenimiento al ser recién llegado, sopesando su interior, y encogió el brazo hasta su pecho. Se giró, dándole la espalda, y volvió por el mismo camino que acababa de tomar, con paso abatido.
-Adiós- susurró entre lágrimas. Apenas el aire rozó sus labios al salir de sí, una última exhalación de sus esperanzas frustradas.
-Hola- oyó una voz murmurando en su oído.
Se dio la vuelta con sobresalto, al tiempo que la sonrisa volvía a su cara, plena. Allí estaba. Por fin, había llegado.

23 mar 2009

Elderan(II)

Engalanado con mis mejores ropajes me presenté ante el rey, dispuesto a lo peor. Y si aún mantenía las apariencias era por temor. Desde luego, él sabe tan bien como yo que el trono es legítimamente mío, pero también que no cumpliré la mayoría de edad hasta el día de mi milésimo cumpleaños, que por desgracia aún no ha llegado. Ése será el momento de reclamar mi trono y sólo espero no tener que declarar la guerra en este hermoso reino, a causa del ansia de poder de mi tío, ladrón experimentado. Temo que, ante acciones más directas, decida tomar represalias contra mí. Temo morir, y que el trabajo de mi madre quede inconcluso. Pues no pretendo tomar mi lugar como legítimo rey, sino buscar una candidata mejor que yo, que sólo me preocupo por mi estudio. Sé que soy egoísta a ese respecto y que no sería un buen rey. Deseo encontrar una reina digna de serlo. Y ha de ser hembra, pues pienso que las mujeres vuelcan todo su ser en aquello que han de cuidar. O, por lo menos, mi madre lo hizo.
Decía, pues, que me presenté ante Glurg, el usurpador, e hice una pequeña reverencia ante él.
-“Majestad”- la odiada palabra salió de mi boca dañándome, incluso, físicamente- “¿Puedo saber para qué requeríais mi presencia?”
-“Elderan”- pareció saborear mi nombre, con placer casi palpable- “No sabes, muchacho, cuanto me alegro de verte”- hizo una pequeña pausa y puso su repulsiva mano sobre mi hombro-“Tengo que hacer un anuncio al pueblo y es mi deseo que me acompañes, en este momento crucial”
-“¿Por qué crucial, tío?”- Tío. Nunca había sentido tanto desprecio por un título familiar como en ese momento. Pero bien sé que gusta de recordarme que el trono bien pudiera ser legítimamente suyo, si me aconteciera algún percance. Levanté mis ojos lentamente, aún sin llegar a mirar su cara.
-“No quiero adelantar acontecimientos, sobrino”- rió quedamente, mostrando los amarillentos y afilados dientes, con coquetería- “Vamos a la terraza principal”- pasó su brazo sobre mis hombros y me acercó a él, apenas unos milímetros, suficiente para que su hedor llenara mis orificios nasales, impregnando mi cerebro con él- “El pueblo nos espera”
Nos dirigimos con parsimonia a la terraza, aún abrazados de tal modo, expresando falsedad por todos los poros de nuestro cuerpo. Él por iniciar el contacto, yo por aceptarlo. Atravesamos el salón del trono hasta llegar a una cortina, del color del cobre, y Glurg la rozó con sus dedos mientras volvía su rostro hacia mí y sonreía, goloso, como si estuviera a punto de degustar el mejor banquete de la historia.
-“¿Estás listo?”- preguntó haciendo un gesto afirmativo con la cabeza, como instándome inconscientemente a que esa fuera mi respuesta.
-“Vamos, tío, me estás intrigando”- respondí con sequedad. Me enojó su actitud más que ninguna otra cosa, hasta ese momento. Semejaba una pequeña hada que acaba de encontrar un montón de caramelos abandonados en medio del bosque. Risueño y feliz. Eso me extrañó, pues Glurg nunca había presumido de ser feliz, desde el momento en que llegó a Leyva.
-“Muy bien, muchacho, vamos allá”- apartó la gasa con gesto teatral y ambos salimos juntos al sol del mediodía.
Todo el pueblo estaba reunido bajo nosotros. Elfos, hadas, duendes... así como los animales. Cada criatura natural del bosque tenía al menos un representante como testigo de lo que estaba a punto de ocurrir. Al menos un emisario de las cinco comunidades que componían el reino de Leyva se encontraba entre la multitud, dispuesto a escuchar lo que el monarca supremo tenía que anunciar.
Su usurpadora majestad se había encargado de ello, con prístina eficacia. Me soltó, por fin, alzando ambos brazos hacia los seres reunidos, como queriendo abarcarlos, pero alejándolos de sí, en realidad.
-“Querido pueblo de Leyva”- su mentirosa majestad se dirigió a la multitud, con displicencia- “Tengo una proclama que anunciaros”- se volvió hacia mí y me tomó por el codo, bruscamente-“Todos conocéis a mi sobrino, Elderan”- un murmullo se oyó por toda la zona- “Está a punto de hacer su mayoría de edad y, con ello, asumir sus responsabilidades en este nuestro mundo”- hizo una pausa para tragar saliva y señaló al cielo, con el brazo derecho extendido, mientras con el otro ejercía presión sobre mi brazo- “Pero ¿qué significa la mayoría de edad? Debemos tener en cuenta las costumbres ancestrales, buenos modos que nuestros antecesores nos legaron, herencia de los mismos dioses”- bajó el brazo para señalar al pueblo, con gesto posesivo-“Ahora estáis bajo mi tutela... pero no siempre será así. Un día mi reinado llegará a su ocaso y el de Elderan, el príncipe de Leyva, comenzará, en un ciclo tan antiguo como el del sol”-sonrió, paladeando lo que iba a decir a continuación-“Pero no antes de estar preparados, pues no podemos arriesgarnos a que el hermoso reino de Leyva perezca, como las flores se marchitan en invierno con las primeras nieves. Así pues, para asegurar la experiencia de nuestro amado príncipe he decidido restaurar una antigua costumbre, derogada por la anterior gobernante, en su ignorancia”- ¿Ignorancia?¿Ylenia? Tuve que contenerme duramente para proseguir con el semblante serio, observando a este nuestro rey, desposeedor de toda esperanza de redención. ¿Acaso el reino podría ir peor que estando él al cargo?- “Voy a restablecer el antiguo rito de mayoría de edad, en que un príncipe la alcanza, así como su derecho a gobernar, no al cumplimiento de sus mil años, sino cuando ha llevado a cabo una prueba elegida por el consejo”- No podía creer lo que estaba oyendo. Era una costumbre cruel, sólo necesaria eones atrás, cuando había cientos de pretendientes al trono, debido a la poligamia que se practicaba en las familias reales. Pero hacía tiempo que la monogamia se había impuesto, al menos de forma general, por propia votación popular, y el trono lo heredaba el hijo mayor. En caso de no desearlo, o de que alguno de sus hermanos quisiera el trono o el pueblo pensara que estaba más dotado que el heredero principal, se llevaba a cabo la prueba. Sólo en esas circunstancias y no otra. Circunstancias que no se habían dado desde hacía milenios. Cuando el monarca anterior a su madre falleció sin descendencia masculina, supuso un problema que los habitantes de Leyva aceptaran a una hembra en el cargo. Pero Ylenia había sido tal reina que, no sólo se abolió, tanto popular como políticamente, la ley que proclamaba la hegemonía del hijo sobre la hija real, sino que todas las hembras se beneficiaron pasando a ocupar un mejor puesto en la sociedad, con múltiples derechos, antes inexistentes. Gracias a Glurg, habían avanzado hacia el pasado en vez de hacia delante, y las hembras empezaban a ver sus apenas recién estrenados privilegios mil setecientos años atrás, derogados poco a poco, volviendo al antiguo modo de vida. Éste era el último golpe de gracia, el golpe con el que Glurg, antes Golarun, intentaba destruirme y asumir el poder absoluto- “Como hace quinientos años que el consejo no existe”- qué oportuno omitir que había sido él quién lo había clausurado-“yo mismo me encargaré de elegir la prueba. Y decreto, en este momento y en este día, que Elderan, hijo de Ylenia, nieto de Aldelun, príncipe de Leyva”- me miró jocoso- “ha de conseguir, antes del día en que cumpla mil años, el fruto prohibido de Terennya, con los poderes curativos del cual nuestro reino vivirá eternamente."

19 mar 2009

Elderan (I)

"Una brisa alborota mis rizos de obsidiana mientras leo con atención el pergamino. Observo con reproche al viento, cargado de sensaciones ajenas, que me distrae de aquello que traigo entre manos y éste, tal como respuesta a mi mirada, ulula divertido, con énfasis natural.
Me levanto despacio, apoyando mi mano en el tronco que me servía de respaldo y casi me doy de bruces con una criatura diminuta, de alas incansables y vocecilla estridente.

-Glurg te está buscando- dice enojada- Llevo todo el día detrás tuyo ¿Se puede saber dónde te metes?- me señala con su pequeño índice y frunce las cejas, gesto apenas visible, demostrando así su enfado.

-He estado aquí todo el tiempo- respondo con parsimonia- Si no sale de ti misma venir hasta el lago cuando no me encuentras, no me eches a mí la culpa- le resto importancia al hecho, con un giro elegante de la mano- Sabes que siempre vengo a la ribera a pensar.

-Pensar- escupe con desprecio- En vez de intentar amueblar tu cabeza tanto vete a arreglarte para ver a su majestad.

-Su majestad puede esperar- ahora me toca a mí levantar una ceja, sólo una, y observarla con desconfianza- ¿A qué viene tanta ceremonia? Hace un segundo era Glurg y ahora "Su majestad"...

-Creo que no es malo recordártelo de vez en cuando- me espeta, subiendo la voz una octava, con lo que se hace casi inaudible- Vete de una vez- vuelve su brazo extendido con fuerza hacia la dirección por la que acaba de aparecer.

Suspiro, contrariado, y me dirijo al castillo.
Mi único deseo era ser un erudito. Tener mi propia biblioteca, atestada de libros, en pergamino y códice, incluso papiro, una mesa y una silla para poder estudiar y, quizá, una pequeña chimenea para calentarme en los fríos y húmedos inviernos del bosque de Leyva.Pero mi mala fortuna hizo que naciera príncipe.

Mi madre controlaba el bosque entero con su poder benéfico. Tal era su sabiduría y buen hacer que los habitantes de este sitio que llamamos hogar la nombraron reina. Pasó mucho tiempo, años, siglos... y su majestad se encargó de regir el bosque con amor y firmeza. Todo el pueblo estaba contento, pues no podían imaginar mejor criatura de poder que la reina Ylenia.

He de admitir que era hermosa, cosa que no era difícil, dada su naturaleza mágica, pues su aspecto y salud se definían por cómo cuidaba de aquello que le había sido encomendado y esto era algo que hacía con gran éxito. Estaba poblada por los colores del otoño, con su pelo rojo y su piel aceitunada. Tenía los ojos gris azulados, como el lago que tanto adoro. Su voz era como el sonido del viento si estaba triste, como el canto de los pájaros si estaba alegre, como el trueno si se enojaba. Y su andar recordaba a las hojas arrastrándose por el bosque, casi amorosamente. Cada vez que pienso en ella un aroma, similar al musgo húmedo calentado por el sol, invade mis recuerdos y una ternura infinita mi corazón.
Recuerdo cómo salíamos a pasear y me enseñaba la naturaleza en estado puro, cómo bebíamos el rocío, cómo merendábamos dulces frutos caídos del árbol. Con una sonrisa y una caricia me hacía olvidar todas mis dudas, todos mis problemas.

Y entonces llegó él. Era apuesto en aquel entonces. Ylenia dijo que era mi tío, hermano de aquél que me engendró en su cuerpo, para después desaparecer sin dejar rastro.
Tenía unos hermosos rizos negros, al igual que mi padre, al igual que yo. Aunque ahí terminaba el parecido. Sus ojos eran de color esmeralda vivo, brillantes y sus labios gruesos, llenos, demasiado para mi gusto. Yo, sin embargo, los tengo igual que mi padre, eso decía Ylenia, de color dorado, al igual que los lobos que migran cada año a través de este territorio.
Poco a poco se introdujo en nuestra vida hasta que, poco a poco, consiguió que la reina que tanto bien había hecho, se deteriorara hasta el punto de que su pelo se volvió del color del barro, sus ojos gris oscuro, como las nubes de tormenta y su tez amarillenta, como el pergamino antiguo. Se marchitó como una flor en invierno y en el verano siguiente no pudo recuperar su lozanía. Sucumbió, al tiempo que el reino.
Y Golarun se hizo cargo, pues yo aún era muy joven para ello. Y sus rizos dejaron de ser negros como la noche para ser blancos y ralos. Sus ojos dejaron de ser verdes como las hojas y pasaron a ser rojos, como la sangre. Pero él no sucumbió, al igual que mi madre. No, él no había puesto su corazón en el bosque y su alma retorcida se intrincó cada vez más y más hasta límites más allá del control de todo ser natural. Y su nombre se tornó en Glurg y era como un vómito en sí mismo."

17 mar 2009

Injusticia de andar por casa

Por fin había terminado su jornada. Por fin era viernes.
Cambió la dura tela azul del uniforme por la suave sensación del algodón. Se dirigió con parsimonia estudiada a la cocina y preparó una frugal cena. Suspiró, mientras observaba con disgusto las facturas, dispuestas desordenadamente sobre la encimera. "Tanto trabajar para esto" pensó, negando la evidencia con la cabeza. Cogió la bandeja con el plato y un vaso, medio lleno de vino de cartón, "el placer de los pobres" sonrió para sí. Encendió la tele mientras se sentaba en el sofá y se dispuso a cenar, con evidente placer.
La misma rutina de siempre. Todos los días llegaba a casa, se cambiaba la ropa, y cenaba frente a la tele para, después de un rato, irse a dormir y esperar un nuevo día. Siempre sacrificaba su tiempo por dinero, como todo hijo de vecino, para pagar la casa, las facturas, la comida... le parecía que trabajaba para los demás, más que para sí.
Miró con atención la noticia. Habían vuelto a bombardear la zona. En las imágenes en pantalla corría la gente, como pequeñas hormiguitas, sucia y ensangrentada, gritaban y lloraban. Todo por nada. No había razón alguna que pudiera justificar eso. Ante sus ojos pasó un hombre sollozante, llevando en brazos a un niño ensangrentado. Tenía los ojos cerrados y el rostro se había detenido en una expresión de paz, cual si estuviera dormido profundamente.
Volvió la vista entonces a su alrededor. Quizá su piso no fuera el más grande, quizá tuviera humedad y el casero no se hiciera cargo de los gastos que le tocaban, quizá los muebles estaban viejos y había tenido que arreglar muchos por su cuenta para poder aprovecharlos... Es posible que tuviera que comer en soledad frente a la tele, pues la mayoría del tiempo no tenía dinero para salir con sus amigos. Puede que se agobiara a principios de mes para pagar sus deudas y a finales, porque no le quedaba para comprar comida... Pero, al menos, vivía en paz. Al menos, no tendría que ver jamás a su hijo ensangrentado en sus brazos, moribundo.

Sábado por la mañana. Con una sonrisa plena entró en el recinto. Era un sitio deprimente, con frías paredes de hormigón y gruesas rejas. Cientos de animales se hacinaban allí, todo lo bien cuidados que les era posible, dados los pocos recursos con que contaban. Gustaba de ir los fines de semana, pues amaba a todo ser vivo y se sentía en deuda con ellos, por el amor que le regalaban, aún a pesar de conocerlo a duras penas.
-¡Hola! No sabía si vendrías hoy... ¿Qué tal estás?
-Muy bien ¿Tenemos alguno nuevo?-preguntó.
-Sí- Una mirada triste apareció en el rostro que le hablaba- Acaba de llegar una. Está muy mal, no he podido ni verla.
-No te preocupes. Yo me encargo.
Era una perra de caza. Una pointer preciosa. Suspiró, al tiempo que hundía los hombros. Lo mismo de siempre. Acaba la época de caza y abandonan a aquellos que, una vez, fueron inseparables compañeros. Aún peor. A veces, temerosos de que los perros puedan encontrar el rastro de vuelta a casa, los abaten con las mismas armas que usaban antes para cazar a las presas que el animal encontraba.
-¿Qué le pasa?- cogió el rostro del animal. Era completamente blanca, excepto una mancha negra rodeando un ojo, posible metáfora de las dificultades de la vida.
-Perdigones. Acabo de hacerle una prueba, uno se le ha incrustado en un pulmón.
-Mierda- dijo- Eso no es bueno- acarició a la pequeña con dulzura, mientras observaba la radiografía.
-Creo que sería mejor sacrificarla, pero quería esperar a que dieras tu opinión.
-Tienes razón- le dolía más de lo que pudiera expresar. Cada uno de los animales que pasaban por sus manos eran fantásticos. Alguno traía problemas de comportamiento pero ¿qué se le puede pedir a quién no conoce los modos de vida humanos y tiene que aprenderlos a golpes? A la mínima muestra de cariño, todos se rendían a la mano humana- Será mucho peor para ella que esperemos.
La perra lamió su mano y gimió con dolor, pidiendo una tregua al dolor que la recorría.
-Ya, pequeña, ya- tenía un nudo en la garganta. Esto era algo a lo que no se acostumbra uno jamás. Siguió acariciándola mientras le clavaba la jeringuilla. La perra observaba con amor, con paz, expresando todo lo que podía haber sido en una mirada. En un segundo, su expresión se quedó vacía. Había muerto.
-Pobrecita. Debió pasarlo muy mal.
-Peor lo pasará el dueño como lo identifiquemos- dijo con rencor- La llevaré al crematorio.
La cogió suavemente y una lágrima corrió por su mejilla, mientras transportaba a la perra ensangrentada en brazos. No había nada que justificara esto. Nadie tenía derecho a tratar así a otro ser vivo. Ella mostraba una expresión de paz, como si se hubiera quedado dormida de repente. Y pensó que, en el fondo, no era todo tan distinto. En el fondo, no vivía absolutamente en paz.

12 mar 2009

La vida es así... ¿O no?

En fin, me digo, la vida es así...

Iba tranquilamente andando por la calle cuando me encuentro con un señor muy serio, todo vestido de negro, como si fuera el cobrador del frac, que se acerca a mí rápidamente y con la vista fija en mis zapatos. Se para ante mi cara, a casi metro y medio, que ni que yo tuviera intención de comérmelo con patatas asadas, y esboza una media sonrisa, insegura, tal cual parece es la primera vez en su vida que comete tal osadía.
Sin atreverse aún a mirarme los ojos me dice con parsimonia:

-Hola señorita ¿Me recuerda usted?
-No- tengo que admitir.

El extraño se atusa la corbata, también negra, mientras se muerde un labio y su tez comienza a tomar color rojo pasión. Lo observo con atención, intentando encontrar ese algo, ese recuerdo grabado en su rostro, ya que dice que nos conocemos de antes. Pero o mi cabeza está empezando a fallar seriamente, víctima del alzheimer prematuro, o este señor está totalmente confundido, aunque es de buena mañana y no parece de esos que quieren ahogar sus problemas en una botella de vino de cartón, aunque en realidad lo que hacen es bailar con ellos y, después, dormir juntos la mona.

-Disculpe- digo ligeramente impaciente- ¿De qué nos conocemos? Usted disculpe, pero no consigo acordarme.

Él aún duda un momento antes de responder y, haciendo gala de valor inusitado, dice:

-Soy su alma gemela ¿No lo recuerda?

Ahora ya no hay duda. Este hombre está mal de la cabeza. Sonrío con expresión benevolente e intento explicarle, igual que a un niño pequeño, que tal cosa no es posible en modo alguno. Que las almas gemelas no existen, sino que son afinidades entre personas que concurren en fuertes lazos afectivos. Y nada más.

Pero él sonríe, ahora plenamente, y sigue insistiendo en que somos dos mitades de un mismo ser, separados en un caldero primigenio del que salen todos los espíritus que pueblan este mundo.

Trato de moverme, darle una excusa y marcharme de allí rauda. Mi cabeza me está gritando que debo hacerlo, que estas personas pueden volverse peligrosas. Sin embargo, algo me lo impide. Mis pies no se quieren mover y mi cuerpo se inclina involuntariamente hacia el extraño. Levanto una mano levemente, ni siquiera llega a ser un movimiento, y él se da cuenta.

-¿Lo ve? Ya lo ha notado. Usted y yo somos estamos hechos el uno para el otro. Yo la amo, incluso antes de conocerla y he notado la conexión desde antes de poder verla- Coge mi mano dulcemente y la pone sobre su corazón- ¿Lo nota? Late por usted. La he estado buscando toda mi vida y ahora la he encontrado. Si me abandona, moriré.

Es suficiente. Alejo la mano del pecho del hombre, como si me quemara, como si su solo contacto pudiera hacer que cayera fulminada allí mismo, en medio de la acera.
Lo cierto es que he notado algo, un cosquilleo en los dedos cuando él hizo que tocaran su pecho, pero ¿no dicen acaso que creer algo es el primer paso para que sea cierto? Miro horrorizada a esta especie de hipnotizador aficionado y doy dos pasos hacia atrás. Él me observa, contrito, alzando una mano hacia mí, quizá intentando detener mi movimiento.

Me doy la vuelta y echo a correr alejándome del extraño hombre, pero mis pies por fin consiguen rebelarse y me detengo, volviéndome a verlo de nuevo.
Entonces intento gritar, avisarlo de que se aparte, que corra... pero sólo un gemido sale de mi garganta.
Él ve mi cara horrorizada y cómo señalo a su espalda y se gira para mirar.

Pero ya es tarde. El autobús lo arrolla con todo su impulso, haciéndome caer incluso a mí, que estoy fuera de su alcance.

Los de la ambulancia dicen que parece un ataque al corazón. Se llevan de allí al conductor, asesino involuntario, y al hombre.
Les pido que me dejen verlo por última vez antes de llevárselo, pero me lo desaconsejan, debido a los destrozos producidos en el pequeño cuerpo del hombre.

-¿Es usted su esposa?- me pregunta suavemente un policía.
-No- respondo- Soy su alma gemela.

Cuando llego a casa las lágrimas corren por mis mejillas, en loca carrera por llegar cuanto antes al mentón. Dejo que fluyan libremente, no es bueno contener esas cosas, pero aún no sé muy bien por qué estoy llorando. ¿Es por la emoción insana que acabo de vivir? ¿O es por lo que he perdido antes de poder probarlo? A mi mente acude lo que me dijo y no puedo evitar sentir remordimientos. Acaso el destino se haya enfadado por no seguir sus designios y haya cumplido la amenaza del hombre.
Pero no puede ser.
No existe el destino, cada cual se hace su destino.
Y no existen las almas gemelas.
Sólo existen los terribles accidentes, como aquel del que acabo de ser testigo involuntaria.

En fin, me digo, la vida es así... ¿O no?